Como con cada una de sus películas Werner Herzog no deja de sorprender.
Desde su primera película, SEÑALES DE VIDA (1968), rodada en una isla griega y ambientada en la ocupación alemana de Grecia, Herzog nos regala belleza visual, una particular mirada sobre las temáticas, expresividad, compromiso, ideas e imágenes únicas.
Por eso es reconocido como una de las figuras claves del Nuevo Cine Alemán, es decir, de la renovación fílmica de los años sesenta.
Family romance, LLC (2019), se presentó en el Festival de Cannes, donde Herzog es un viejo conocido, pues allí fue premiado por El enigma de Gaspar Hauser y Fitzcarraldo.
El legendario director alemán presenta un nuevo desafío, una extrañeza, a mitad de camino entre el documental y la ficción, con situaciones y personajes en situaciones límite de soledad, necesidad, vulnerabilidad afectiva.
Cómo se recrean, se reconstruyen los vínculos cuando no están? Como se arma una familia en la ausencia? Como se vive el vacío familiar o la falta de un miembro de ese núcleo social vital?
Es irremplazable? único?
La sociedad japonesa busca distintos caminos y respuestas frente a esas preguntas. Y Herzog está ahí con su cámara para mostrarnos esos paliativos.
No hay distancias espaciales ni temporales que Werner Herzog no pueda superar.
En su último trabajo, Family Romance, LLC, rodado íntegramente en Tokyo y Aomori en japonés (idioma que visitaba por primera vez), encontramos una nueva osadía del director alemán.
EL DIRECTOR DE LA MIRADA
Herzog es generoso con su público. Comparte el asombro que le produce la realidad. La muestra, la trabaja a través de la cámara y la expone para que simplemente la veamos, como lo hace él.
Nos llama la atención sobre un retazo de la realidad, nos la hace ver.
Sus películas no dejan de asombrarnos, pero es la realidad misma la que nos asombra. Con su estilo documentalista Herzog parece no agregarle elementos ficticios, simplemente sabe mirar y elegir sus temas.
Tiene una actitud poética. No cuenta historias. Nos muestra el mundo. Lo extraño, lo llamativo, lo distinto. Y la necesidad imperiosa de contarlo, y atraparnos, es su marca personal que lo acompaña a través de toda su cinematografía.
Herzog no intenta explicar la realidad, se conforma con mostrarla.
Y se distingue de la mayoria de los cineastas por su capacidad de captar la vida..
Desde 2016, cuando presentó su extravagante Salt and Fire no había vuelto a visitar la ficción, y Family Romance, LLC le permite volver a contar historias, relatos.
Pero esos relatos están basados en circunstancias reales. Herzog posa su lente en una empresa dedicada a contratar personas que interpretan a pedido el rol de otra, para que desempeñe el rol de un lazo familiar.
Family Romance, LLC sigue a un hombre que es contratado para interpretar al padre de una chica de 12 años.
El protagonista es el fundador y director en la vida real, de una empresa de esas características.
Se trata de unas performances o simulaciones de afectos y emociones. La empresa es contratada para desempeñar papeles de parientes, empleados de una compañía, padrinos de boda, que reemplazan a los reales, existentes o no, o a la misma persona frente a otros.
El hecho de que el tema tenga origen en la realidad confirma el interés de Herzog por la vida misma.
Herzog rodó la película con actores no profesionales y con un estilo casero, desprolijo, colocando la cámara como si fuera la lente de un celular, tratando de darle forma de un video familiar.
En la filmación contó con la colaboración de su esposa y su hijo.
La simulación, tal como se plantea en la película de Herzog, tiene en Japón raíces ancestrales.
La sustitución de seres queridos ausentes, que funcionan como si se tratara de sus modelos originales, puede sonar inimaginables o no ser aceptada a la mirada occidental.
Pero está presente en la tradición japonesa.
En una sociedad confuciana surgida alrededor del trabajo colectivo en los campos de arroz, la socialidad opera hasta hoy en función a la pertenencia a grupos donde el individuo se disuelve en lo colectivo, quedando subsumido a su entorno.
El ego, los derechos individuales, tan caros a la sociedad occidental, en la cultura oriental no son bien vistos.
La imagen que todo japonés se cuida de dar hasta el extremo se refleja en la obsesión por el honor. La imagen está constantemente sometida a un escrutinio social.
Y tal como se ve en esta película, la sociedad aprueba los costosos servicios de alquiler de actores, en función de subsanar una falencia.
En la actualidad esas formas de copia o simulacro se han incorporado a la vida cotidiana a través de los androides, las cantantes holográficas, los disfraces.
Los personajes de la película no son considerados farsantes, sino virtuosos y honorables.
En los tramos iniciales la película nos desorienta, nos desconcierta. Luego, a medida que vamos destravando los nudos y las incertidumbres, la intención del director comienza a ser más clara: su interés por tratar la simulación, lo artificial, como paliativos en la vida moderna.
La escena del hotel atendido por robots es como una bisagra narrativa. Además de los empleados, dos autómatas sonrientes y serviciales, Herzog presenta la precera del lobby con dos peces mecánicos que imitan a la perfección el movimiento de los peces naturales.
A partir de esa escena que es documental, pero más extraña que la ficción, la película adquiere un tono melancolico, que predomina también en la escena final.
La escena que cierra la película habla de un dilema al que se enfrenta el protagonista.
A sus 77 años, y con una prologada producción, Herzog se muestra activo, con su mirada de asombro ante el mundo, y nos brinda una particular reflexión sobre la soledad, la necesidad de afecto y la compraventa de emociones.
Emociones reales o imaginarias, literales o simbólicas, de eso se trata vivir en una sociedad hiperconectada y robotizada, donde los millares de selfies e imágenes de la hiper conectividad hacen que reemplacen, sustituyan a la realidad misma.
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